Llega esa experiencia de vacío, soledad en el sentido de inmensidad. Ahí es donde o lo vivimos y lo transitamos tal como viene, tal como es, o volvemos a nuestro mecanismo de búsqueda, a llenar ese vacío, a buscar algo (comida, bebida, drogas, trabajo, deporte, falsa espiritualidad) o a alguien que me llene (pareja, madre, gurú, amiga, hermano), me complete y me haga feliz.
Nadie ni nada nos completa, ni está para hacernos felices. Cuestionar este pensamiento al ego es como arrebartarle su verdad, su importancia, el poder que le hemos dado: suelo decir que lo hemos “entronado”.
El ser humano experimenta miedo o amor, y la mayoría vivimos gran parte de nuestras vidas desde el miedo, lo que nos impide ver el amor que somos contenido en una forma (cuerpo).
Nuestro miedo más grande es el miedo a vivir, más que a morir. A vivir con todo lo que es, a estar completamente despiertos y claros, aceptando lo que es en un instante en este tan popular “aquí y ahora». Miedo a verte desprotegida a todo lo que experimentas. La vida es alegría, dicha, gratitud, paz, calma, perdón, ternura, belleza, compasión, empatía, felicidad… y también es dolor, tristeza, miedo, ira, confusión,frustración e impotencia. Abrirte a vivir supone aceptar a vivirlo todo.
Llega un momento que dices “ya no más”, es tu punto de quiebre y ahí te entregas. ¿A qué? A verte, a sentir el dolor, te dejas. Es como una entrega a morir, pero las emociones, la propia ansiedad y las palpitaciones te dicen que estás vivo. Entregarte sin controlar nada de lo que estás sintiendo, permitir que te atraviese, la no acción. Basamos nuestras vidas en reacciones, pero las reacciones siempre son desde el miedo. Esta entrega es dejar de creer que llevabas el control de tu vida: no llevas ningún control, te entregas al abismo de lo desconocido y sí, a la incertidumbre que tu “pocoyo” tanto miedo le tiene.
Cuando te entregas con todo, puedes ver que eres más que esa identidad a la que defiendes de todo y de todos porque la percibes atacada, por estar en el miedo. Percibes tu vacío interior y llegas a una gran revelación, que aunque de primeras resulta dolorosa, después es el gran alivio y paz. Llegas al NO SÉ, a reconocer que no sabes ni qué eres y que no sabes nada o muy poco comparado con la inmensidad del vacío que percibes y que prentendías que otros llenaran, o llenabas de comida u otras adicciones.
El reconocimiento de la ignorancia (sin falsa humildad, desde tu honestidad contigo mismo) te puede hacerte sentir bruta, idiota, después de todos esos juicios del ego, porque él se está sintiendo atacado, ¡porque a él todo esto que experimentas se le escapa! No fue creado para entender esto. Por eso después llega el alivio, desentronas al ego, le quitas el poder de dirigir tu vida, lo usas para lo que es pero no para dirigir y manipular tu vida, para manipularte a Ti. Vida y Tú sois lo mismo.